Teórica y, a la vez, investigadora sobre el terreno, profesora universitaria, abierta a todas las innovaciones, psicoterapeuta de formación psicoanalítica, terapeuta de grupo (una de las primeras terapeutas en aplicar el psicodrama de Moreno en Francia) y profesora emérita de psicología de la universidad de Niza, donde ha dirigido durante más de veinte años el laboratorio de psicología social y clínica, Anne Ancelin Schützenberger, después de colaborar con Robert Gessain, Jaques Lacan y Françoise Dolto, Carl Rogers, J.L. Moreno, Margaret Mead y Gregory Bateson, la escuela de Palo Alto y la escuela de Dinamarca de grupos de Kart Lewin, se hizo famosa cuando, ya en la segunda mitad de su vida, publicó un libro que se convirtió en un éxito de ventas: Aïe mes aïeux! («Ay mis ancestros») traducido en varios idiomas.
Para muchos universitarios y psicoterapeutas, es la persona que introdujo la dimensión transgeneracional (que algunos llaman trans o psicogenealógica) en sus trabajos por un asunto concreto: El Síndrome del Aniversario.
Por lo tanto, nos ha parecido lo más lógico abrir esta serie de entrevistas con una conversación con esta gran dama.
La psicogenealogía abarca muchas teorías, prácticas y escuelas de pensamiento. Pero también se ha convertido en una palabra popular, un termino común aplicable a casi todo. Y eso es, indudablemente, gracias a la popularización que Anne Ancelin Schützenberger hizo de ella, principalmente en Francia, en la década de los ochenta.
Después de trabajar durante muchos años con enfermos de cáncer, entre otras cosas con la ayuda de la versión clínica del método Simonton que, apoyándose a la vez en la medicina tradicional y en un seguimiento psicoterapéutico, permite reforzar las ganas de vivir y el sistema inmunológico mediante visualizaciones positivas, empezó a descubrir en sus biografías unos sorprendentes fenómenos de repetición, idénticos a los que sufrieron seres queridos ya desaparecidos.
Y así, invento el método del Genosociograma, una especie de árbol genealógico muy particular, priorizando sobretodo los acontecimientos sorprendentes o chocantes, tanto para bien como para mal: enfermedades, nacimientos, accidentes, muertes precoces e injustas, matrimonios, viajes lejanos, etc.; mostrando, con una presentación gráfica de toda la familia , en el sentido amplio de la palabra, a lo largo de media docena de generaciones, los principales lazos afectivos, positivos, negativos u olvidados, acabando en el momento en que se produjeron las sorpresas genealógicas.
«No somos tan libres como creemos-dice Anne Ancelin Schützenberger, pero tenemos la posibilidad de conquistar nuestra libertad y salir del destino familiar repetitivo de nuestra historia si comprendemos los complejos lazos que se han tejido en nuestra familia y descubrimos los dramas secretos, las palabras que nunca se dijeron y los duelos inacabados.»
¿Su método? La terapia transgeneracional psicogenealógica contextual clínica, cuya principal misión es desenmascarar nuestras lealtades invisibles y nuestras identificaciones inconscientes repetitivas (alegres o trágicas) que nos obligan a pagar deudas a nuestros antepasados, lo queramos o no, y a repetir las tareas interrumpidas porque no están terminadas.
Como escribe en su libro «Aïe mes aïeux! (Ay, mis abuelos)» : La vida de cada uno de nosotros es una novela.
Usted, yo, todos vivimos prisioneros en una tela de araña invisible de la que también somos los tejedores. Si corregimos nuestra tercera oreja, nuestro tercer ojo, si aprendemos a manejar y a comprender mejor, a ver estas repeticiones y coincidencias, la existencia de cada uno será mucho más clara, más sensible a lo que somos, a lo que deberíamos ser. ¿No hay manera de escapar de esos hilos invisibles, de esas triangulaciones, esas repeticiones?
Usted es psicoterapeuta y analista pero cuando recibe a un paciente, se interesa mas bien poco por su historia individual o, al menos, la coloca en un contexto mucho más amplio, pidiéndole al individuo que le informe sobre la vida de sus antepasados. Le hace escribir las fechas con bolígrafo en un papel.
¿Cómo ha llegado a transformar de este modo el desarrollo del proceso curativo?
A.A.R. (Anne Ancelin Schützenberger): Para empezar, quiero decir, para aclarar lo que usted ha dicho, que no es exactamente un proceso curativo, sino más bien un análisis más profundo y extenso de la visión, un análisis que acompaña o precede a una terapia, una crisis o una enfermedad grave, una búsqueda de identidad, un desarrollo personal o un cambio de vida. En la década de los sesenta, acompañaba y atendía en su casa de París, por petición suya, a una chica sueca de treinta y cinco años que se sabía condenada por un cáncer Terminal y que no quería morir «troceada como una salchicha» he hizo un llamamiento de socorro. Los médicos acababan de amputarle, por cuarta vez, una parte del pie y se disponían, impotentes, a amputar todavía más arriba. Como yo tenía una formación psicoanalítica freudiana, le pedí que se liberara de espíritu y me hablara, mediante una asociación de ideas, de todo lo que se le pasara por la cabeza. Como sabe, un análisis es largo, a veces demasiado, y este ejercicio hubiera podido durar diez años.
Sin embargo, no teníamos tanto tiempo: era una carrera contra la muerte. Resultó que en su casa, el salón estaba presidido por un retrato de una mujer joven muy bella. Mi paciente me dijo que era su madre, muerta de cáncer a la edad de treinta y cinco años.
Entonces le pregunte cuantos años tenía. «Treinta y cinco», dijo ella. Yo dije: «Ah». Y ella respondió: «¡OH!». A menudo tenía la impresión que aquella chica estaba tan identificada con su madre que era como si estuviera «programada» para seguir y repetir su trágico destino. A partir de entonces, todo cambió, tanto para ella como para mí.
A parte de la coincidencia de edad, del destino, ¿qué es lo que le hizo pensar que tras esa enfermedad se escondía un caso de transmisión genética?
A.A.S: Es difícil responderle. Por una parte, siempre me habían enseñado que el cáncer de mama no era una enfermedad hereditaria genéticamente; por otra parte, ¿por qué precisamente a la misma edad?
Es la misma dificultad que siempre se presenta, al tratar temas relacionados con el inconsciente, de invocar al destino como causa. En cuanto a la genética, difícilmente podía hacer coincidir las fechas con tanta exactitud. Aquí debo hacer un inciso para puntualizar que mi marido era médico, genetista, matemático y estadista y que yo me sirvo de la observación clínica de manera bastante rigurosa. Además, esa historia enseguida me recordó otra.
Un día, mi hija me dijo: «¿Te has dado cuenta, Mamá? Tu eres la mayor de dos hermanos, de los que el segundo está muerto; Papá es el mayor de dos hermanos, de los que el segundo está muerto y yo soy la mayor de dos hermanos, de los que el segundo está muerto».
Al principio, fue un shock. A partir de entonces, me empeñe en verificar, con otros pacientes, mi intuición en relación a esa chica. Les pedí a todos que reconstruyeran conmigo su árbol genealógico completo y que, si era posible, debajo del nombre de padres, abuelos, bisabuelos, tíos y primos, indicaran los momentos claves de la historia familiar: tuberculosis del abuelo, matrimonio o matrimonio en segundas nupcias de la madre, accidente de tráfico del padre.
Mudanzas y desarraigos continuos, cambios de clase social, quiebras económicas, fortunas, participación en alguna guerra, muertes prematuras, alcoholismo, ingresos en hospitales psiquiátricos o en la cárcel, sin olvidar los títulos universitarios y las profesiones. También les pedí que, si podían, escribieran las edades y las fechas en las que se produjeron estos sucesos.
Estos árboles genealógicos tan extensos (bautizados como genosociogramas) revelaron algunas repeticiones sorprendentes: una familia donde, durante tres generaciones, las mujeres morían de leucemia en el mes de mayo; una serie de cinco generaciones donde las mujeres caían en la bulimia a los trece años; una familia donde los hombres eran víctimas, sistemáticamente, de un accidente de tráfico el primer día de colegio de su hijo mayor, etc.
Estará de acuerdo en que es un poco atrevido atribuir al destino el hecho de que, en una familia, encontremos, generación tras generación, las mismas fechas de nacimiento, el mismo número de matrimonio en los hombres o en las mujeres, el mismo número de hijos ilegítimos o naturales, de mortinatos, de muertes trágicas precoces…¡y siempre a la misma edad!
En cuanto a la herencia genética, ¿cree usted que un accidente de tráfico puede transmitirse por el ADN? Tiene que intervenir otra cosa, es evidente, porque, cuando se prestaba atención, la frecuencia y la visibilidad de las repeticiones era tan evidente que no podía ser fruto del destino.
¿Y cómo se explica esas repeticiones? ¿Por qué repetimos lo que vivieron nuestros padres o nuestros antepasados?
A.A.S.: repetir las acciones, las fechas o las edades que han conformado la novela familiar de nuestra línea sucesoria es una manera de mantenernos fieles a nuestros padres, abuelos y demás antepasados, una manera de seguir la tradición familiar y de vivir conforme a ella. Esa lealtad es la que empuja a un estudiante a suspender el examen que su padre nunca aprobó, movido por un deseo inconsciente de no sobrepasar socialmente a su progenitor.
O a seguir con la profesión de su padre, ya sea fabricante de instrumentos musicales de cuerda, notario, panadero o médico. O, en el caso de las mujeres de una misma familia, a casarse a los dieciocho años y tener tres hijos, todas niñas o todos niños.
A veces, esta lealtad invisible sobrepasa los límites de lo verosímil y, sin embargo, se repite. ¿Conoce la historia de la muerte del actor Brandon Lee? Murió en medio de un rodaje porque, desgraciadamente, alguien olvidó una bala en un revólver que tenía que estar descargado.
Ahora bien, justo veinte años antes de este accidente, su padre, el famoso Bruce Lee, murió de una hemorragia cerebral en pleno rodaje de una escena donde su personaje supuestamente moría de un disparo lanzado con un revólver que se suponía no estaba cargado… Mantenemos, literalmente, una poderosa e inconsciente fidelidad a nuestra historia familiar y nos da muchísimo miedo inventar algo nuevo en la vida.
En algunas familias, vemos que el síndrome del aniversario se repite, en forma de enfermedades, muertes, abortos naturales o accidentes, durante tres, cuatro, cinco, ¡Y hasta ocho generaciones!
Sin embargo, existe una razón más oscura por la que repetimos las enfermedades y los accidentes de nuestros antepasados. Si toma un árbol genealógico cualquiera, verá que está lleno de muertes violentas y adulterios, anécdotas secretas, alcohólicos e hijos bastardos.
Todo esto son cosas que uno esconde, heridas secretas que uno no quiere mostrar. Ahora bien, ¿Qué sucede cuando, por vergüenza, por conveniencia o por proteger a nuestros hijos o a nuestra familia, no hablamos del incesto, de la muerte sospechosa o de los fracasos?
El silencio alrededor del tío alcohólico creará una zona de sombras en la memoria de un hijo de la familia que, para llenar el vacío y las lagunas, repetirá en su cuerpo o en su vida el drama que han intentado ocultarle.
En una palabra, será alcohólico como el tío. Ya en su época, Freud decía que “lo que no se expresa con palabras, se expresa con los dedos”, cito de memoria. Yo creo, como escribí en mi libro, que “lo que las palabras no dicen, los males lo comunican, lo repiten y lo expresan”.